
- Es tan ligera la lengua como el pensamiento, y si son malas las preñeces de los pensamientos, las empeoran los partos de la lengua...
- La verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua.
- La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura.
- Las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias.
- Si los celos son señales de amor, es como la calentura en el hombre enfermo, que el tenerla es señal de tener vida, pero vida enferma y mal dispuesta.
- La mujer ha de ser dueña, y parecerlo, que es más.
- Siempre los ricos que dan en liberales hallan quien canonice sus desafueros y califique por buenos sus malos gustos.
- El hacer el bien a villanos es echar agua a la mar. La ingratitud es hija de la soberbia.
- Huirás del oso, pero si en tu camino se alza un océano tempestuoso, afrontarás a la bestia.
- Es el amor, cuando es bueno, deseo de lo mejor. Si esto falta, no es amor, sino apetito sin freno.
- Donde hay fuerza de hecho se pierde cualquier derecho.
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Su famoso comienzo, después del prólogo de "Don Quijote", dice:
"En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda...".
Miguel de Cervantes.
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Grabado de Gustave Doré (1863) |