
- Y sonrío y me callo porque, en último extremo, uno tiene conciencia de la utilidad de todas las palabras.
- Te llaman porvenir porque no vienes nunca.
- Allí, en la esquina más negra del desamparo, donde el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras, los recuerdos me asaltan.
- Cierro los ojos para ver y siento que me apuñalan fría, justamente, con ese hierro viejo: la memoria.
- Desearía mirarme con las pupilas duras de aquel que más me odia, para que así el desprecio destruya los despojos de todo lo que nunca enterrará el olvido.
- Pero si tú me olvidas, quedaré muerto sin que nadie lo sepa.
- No fue un sueño, lo vi: La nieve ardía.
- Para vivir un año es necesario morirse muchas veces mucho.
- Donde pongo la vida pongo el fuego de mi pasión volcada y sin salida.
- Pongo en juego mi vida, y pierdo, y luego vuelvo a empezar, sin vida, otra partida.
- Largo es el arte; la vida en cambio corta como un cuchillo.
- Escribir un poema se parece a un orgasmo: mancha la tinta tanto como el semen, empreña también más en ocasiones.
- El aire tienes que separarlo casi con las manos de tan denso, de tan impenetrable. Andas. No dejan huellas tus pies.
- Aquí no pasa nada, salvo el tiempo.
- Ahora solo lo inesperado o lo imposible podría hacerme llorar: una resurrección, ninguna muerte.
- Creo en ti. Eres. Me basta.
- Habrá palabras nuevas para la nueva historia y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde.
Aquí, Madrid, mil novecientos
cicuenta y cuatro: un hombre solo.
"Un hombre lleno de febrero,
ávido de domingos luminosos,
caminando hacia marzo paso a paso,
hacia el marzo del viento y de los rojos
horizontes -y la reciente primavera
ya en la frontera del abril lluvioso...-.
Aquí, Madrid, entre tranvías
y reflejos, un hombre: un hombre solo.
- Más tarde vendrá mayo y luego junio,
y después julio y, al final, agosto-.
Un hombre con un año para nada
delante de su hastío para todo".
Ángel González.