
- La vida es tan incierta, que la felicidad debe aprovecharse en el momento que se presenta.
- Para toda clase de males hay dos remedios: el tiempo y el silencio.
- ¿Cómo es que, siendo tan inteligentes los niños, son tan estúpidos los hombres? Debe ser fruto de la educación.
- No hace falta conocer el peligro para tener miedo; de hecho los peligros desconocidos son los que inspiran más temor.
- Todo cabe en lo breve. Pequeño es el niño y encierra dentro al hombre; estrecho es el cerebro y cobija el pensamiento; no es el ojo más que un punto y abarca leguas.
- El bien es lento porque va cuesta arriba. El mal es rápido porque va cuesta abajo.
- El hombre nace sin dientes, sin cabellos y sin ilusiones. Y muere lo mismo: sin dientes, sin cabellos y sin ilusiones.
- ¡Aquel tiempo feliz en que éramos tan desgraciados!
- Las opiniones son como los clavos: mientras más se golpea contra ellas, más penetran.
- El amor es física, el matrimonio es química.
- La experiencia y la filosofía que no conducen a la indulgencia y a la caridad, son dos adquisiciones que no valen lo que cuestan.
- No estimes el dinero en más ni menos de lo que vale, porque es un buen siervo y un mal amo.
- Tus amargos momentos tienen tiempo para convertirse en dulces recuerdos.
De El conde de montecristo
Capítulo III, los catalanes:
Capítulo III, los catalanes:
"Una bella joven de pelo negro como el ébano y ojos dulcísimos como los de la gacela, estaba de pie, apoyada en una silla, oprimiendo entre sus dedos afilados una inocente rosa cuyas hojas arrancaba, y los pedazos se veían ya esparcidos por el suelo. Sus brazos desnudos hasta el codo, brazos árabes, pero que parecían modelados por los de la Venus de Arlés, temblaban con impaciencia febril, y golpeaba de tal modo la tierra con su diminuto pie, que se entreveían las formas puras de su pierna, ceñida por una media de algodón encarnado a cuadros azules".
Alejandro Dumas.