Anatole François Thibault. (París) 16 de abril de 1844 - 12 de octubre de 1924 (Saint-Cyr-sur-Loire). Escritor francés. Premio Nobel de Literatura en 1921. Algunos títulos de su obra: "El Parnaso contemporáneo" (1871), "El gato escuálido" (1879), "Abeille" (1883), "El castillo de Vaux-le-Vicomte" (1888), "El estuche de nácar" (1892), "La azucena roja" (1894), "El pozo de Santa Clara" (1895), "Clío" (1900), "Opiniones sociales" (1902), "Sobre la piedra blanca" (1905), "Las siete mujeres de Barba Azul" (1909), "Los dioses tienen sed" (1912), "La rebelión de los ángeles" (1914), "En la vía gloriosa" (1915), ...
- La vida nos enseña que no podemos ser felices sino al precio de cierta ignorancia.
- Nunca se da tanto como cuando se dan esperanzas.
- La nada es infinito que nos envuelve: venimos de allá y allá nos volvemos. La nada es un absurdo y una certeza; no se puede concebir y, sin embargo, es.
- Afortunadamente no tenemos por qué parecernos a nuestros retratos.
- La oscuridad nos envuelve a todos, pero mientras el sabio tropieza con alguna pared, el ignorante permanece tranquilo en el centro de la estancia.
- El futuro está oculto detrás de los hombres que lo hacen.
- El porvenir es un lugar cómodo para colocar los sueños.
- El cristianismo ha hecho mucho por el amor convirtiéndolo en pecado.
- La ley, en su magnífica ecuanimidad, prohibe, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar por las calles, y robar pan.
- El árbol de las leyes ha de podarse continuamente.
- Los hombres mediocres que no saben qué hacer con su vida, suelen desear el tener otra vida más infinitamente larga.
- Es preciso elevarse con las alas del entusiasmo. Si se razona, no se volará jamás.
De "Los dioses tienen sed":
"Sujeto a su mesa de pino sin barnizar durante doce o catorce horas al día, aquel humilde secretario de un Comité de Sección, que trabajaba para defender a su patria en peligro, no advertía la desproporción entre lo enorme de su empresa y la pequeñez de sus medios, porque se identificaba en un común esfuerzo con todos los patriotas, porque su pensamiento se amalgamaba con el pensamiento de la Nación, porque su vida se fundía en la vida de un pueblo heroico. Era de los que pacientes y entusiastas, después de cada derrota preparaban el triunfo inverosímil y seguro. Así llegarían a vencer a aquellos hombres insignificantes que habían derribado la monarquía y destruido la sociedad vieja. Trubert, el humilde constructor de aparatos ópticos; Évariste Gamelin, el pintor sin fama, no podían prometerse un rasgo de piedad con sus enemigos; solo se les brindaba la victoria o la muerte. Tal era la razón de su ardor y de su inquebrantable serenidad".
Anatole France.