Isaak Yúdovich Azímov. (Petrovichi) 2 de enero de 1920 - 6 de abril de 1992 (Nueva York). Escritor ruso, nacionalizado estadounidense, además de historiador y profesor de bioquímica en la Universidad de Boston. Es conocido fundamentalmente por sus obras de ciencia ficción. Algunas de sus obras: "Un guijarro en el cielo" (1950), "Yo, Robot" (1950), "Historia de la bioquímica" (1961), "100 preguntas básicas sobre la bioquímica" (1967), "Sobre la ciencia ficción" (1981), "Fotosíntesis" (1981), "La medición del Universo" (1984), "Némesis" (1989), "Fronteras" (1991), ...
- El aspecto más triste de la vida actual es que la ciencia gana en conocimientos más rápidamente que la sociedad en sabiduría.
- Examinad fragmentos de pseudociencia y encontraréis un manto de protección, un pulgar que chupar, más faldas a las que agarrarse. ¿Y qué ofrecemos nosotros? ¡Incertidumbre!
- Si el conocimiento puede crear problemas no es con la ignorancia que podemos resolverlos.
- La gente piensa en la educación como algo que pueden terminar.
- Tus suposiciones son tus ventanas en el mundo. Frotadlas de vez en cuando, o la luz no entrará.
- En la vida, a diferencia del ajedrez, el juego continúa después del jaque mate.
- Las personas que no esperan justicia no van a sufrir desilusiones.
- El primer paso para hacer estofado de conejo, es atrapar al conejo.
- Cualquier sistema que permita a los hombres elegir su propio futuro terminará eligiendo la seguridad y la mediocridad, y en tal realidad las estrellas están fuera de su alcance.
- Todos los cientos de millones de personas que, en su época, creían que la Tierra era plana nunca tuvieron éxito en rodearla.
- Cualquier libro que valga al pena prohibir, es un libro que vale la pena leer.
- ¡No hay naciones! Solo hay humanidad. Y si no llegamos a entender eso pronto, no habrá naciones, porque no habrá humanidad.
- Nunca permitas que el sentido de la moral te impida hacer lo que está bien.
- Si cada año estuviéramos ciegos por un día, gozaríamos en los restantes trescientos sesenta y cuatro.
- Casi no es necesario que hagamos el bien, lo que hace falta es que dejemos de hacer el mal.
- La suerte favorece solo a la mente preparada.
- Lo evidente en muchos casos, es lo más difícil de ver.
De "Los propios dioses":
"Hallam parecía accesible al diálogo. En treinta años, su posición en la estima del público se había encumbrado extraordinariamente. Físicamente, había envejecido de modo impresionante, y en su aspecto no era elegante. Su cuerpo tenía una gravedad que comunicaba la impresión de una pesadez circunstancial, y pese a que los rasgos de su cara eran toscos, parecía capaz de darles el aire de una especie de reposo intelectual. Seguía enrojeciendo con facilidad, y la rapidez con que su vanidad se sentía herida había llegado a ser un tópico".
Isaac Asimov.