Simone Weil. (París) 3 de febrero de 1909 - 24 de agosto de 1943 (Ashford). Filósofa francesa, además de poeta, profesora y sindicalista. Es considerada como mística cristiana. La mayor parte de sus textos fueron publicados póstumamente por Albert Camus y Joseph-Marie Perrin. En la Revolución Española de 1936, tras el intento de golpe de Estado del 17 de julio, formó parte de la columna Durruti. Conoció a Trotski en París. Algunos títulos: "La Ilíada o el poema de la fuerza" (1940), "La gravedad y la gracia" (1947), "Raíces del existir: Preludio a una declaración de deberes hacia el ser humano" (1949), "A la espera de Dios" (1950), "Sobre la abolición de todos los partidos políticos" (1950), "Carta a un religioso" (1951), "Clases de filosofía" (1959), ...
- ¿Por qué he de preocuparme? No es asunto mío pensar en Dios. Es cosa de Dios pensar en mí.
- El avaro, por ansia de su tesoro se priva de él.
- Solo el equilibrio deshace la fuerza.
- Hay que realizar lo posible para alcanzar lo imposible.
- La belleza es la armonía entre el azar y el bien.
- Matar con el pensamiento todo cuanto se ama: única manera de morir.
- El mal es ilimitado pero no infinito. Solo lo infinito limita lo ilimitado.
- Cuando se ha pecado por injusticia, no basta sufrir justamente, hay que sufrir la injusticia.
- Amar a un extraño como a sí mismo entraña como contrapartida: amarse a sí mismo como a un extraño.
- El capitalismo ha consumado la liberación de la colectividad humana en relación con la naturaleza. Pero esa misma colectividad ha heredado inmediatamente frente al individuo la función opresiva que antes ejercía la naturaleza.
- La belleza seduce a la carne con el fin de obtener permiso para pasar al alma.
- La desgracia extrema que acomete a los seres humanos no crea la miseria humana; simplemente la pone de manifiesto.
- Cuando una contradicción es imposible de resolver salvo por una mentira, entonces sabemos que se trata de una puerta.
- Dado que el pensamiento colectivo no puede existir como tal pensamiento, pasa a las cosas (signos, máquinas...). De ahí la paradoja: es la cosa la que piensa, y el hombre quien queda reducido al estado de cosa.
En "Autobiografía espiritual" (Carta de 1942):
"... a los catorce años caí en una de esas situaciones de desesperanza sin fondo de la adolescencia y pensé seriamente en morir a causa de la mediocridad de mis facultades naturales. Las dotes extraordinarias de mi hermano, que tuvo una infancia y una juventud comparables a las de Pascal, me forzaron a tomar conciencia de ellas. No lamentaba los éxitos externos, sino el no poder abrigar esperanzas de acceso a ese reino trascendente, reservado a los hombres auténticamente grandes, en el que habita la verdad. Preferiría morir a vivir sin ella. Tras meses de tinieblas interiores, tuve de repente y para siempre la certeza de que cualquier ser humano, aun cuando sus facultades naturales fueran casi nulas, podía entrar en ese reino de verdad y hacer un continuo esfuerzo de atención por alcanzarla".
Simone Weil.
(Simone Weil en España en 1936)